Marcha sempiterna [RELATO BREVE]
La bemol, Si bemol, Re bemol, Si, La bemol.
La bemol, Si bemol, Re bemol, Si, La bemol.
La bemol, Si bemol, Re bemol... Re bemol...
La bemol, Si bemol, Re bemol...
¿Acaso he olvidado algo tan simple? No. No puede ser.
La bemol, Si bemol, Re bemol...
La bemol.
El rugido de los disparos en la distancia desde luego no ayudaba ante tal situación. Irritado, se estrujó la frente con los dedos y fue entonces cuando se dio cuenta: la sangre que manchaba las teclas del piano ahora también invadía su rostro.
La bemol, Si bemol, Re bemol... ¿Sol? No...
Unas gotas cayeron para hacer compañía a la sangre en el piano. Fuese sudor o lágrimas, era imposible distinguirlo y tampoco había nadie cerca como para que importara. Con manos temblorosas, el soldado continuó una vez más.
La bemol, Si bemol, Re bemol, Si, La bemol. La bemol, Si bemol, Re bemol, Si, La bemol.
La fúnebre melodía tomaba forma al ritmo de la batalla del exterior. El polvoriento salón en ruinas era el único espectador del magnífico concierto, un concierto que no esperaba a un público para comenzar. Apenas había entradas disponibles, reservadas para el músico y los dos cadáveres en el suelo.
Era esbozada una tímida sonrisa en el rostro del militar a la vez que la canción avanzaba. Ahora los acordes se hacían paso, como siempre algo sombríos para su gusto. No la había olvidado después de todo, y un suspiro de alivio escapó de su boca.
La mugre danzaba al unísono.
Y justo antes de terminar el crescendo una bala atravesó su cráneo, esparciendo su sangre culpable por el desastre. Las perlas cayeron en dulce melodía al suelo. Después, silencio. Los cuatro soldados se acercaron, confusos ante tal escena. Las teclas estaban rotas, levantadas y polvorientas, muchas de ellas esparcidas por el suelo junto con los restos del techo que no aguantaron el asalto.
Uno de ellos maldijo al ver los cadáveres. Otro rápidamente lo consoló.
Si bemol.
Los dos restantes estudiaron la zona y, al confirmar la ausencia de enemigos, continuaron el avance. La firmeza de sus posturas lentamente se veía corrompida por el cantar de la batalla: bombardeos, explosiones, disparos imposibles de distinguir entre amigo o enemigo, confusión, miedo. Sin embargo, las tropas avanzaron entre los escombros, usando los restos de muros derruidos como cobertura. Su sombra, más que seguridad, les aportaba calma.
¿Realmente iban a hacerlo? Ya no había vuelta atrás. No la ha habido desde hace mucho tiempo y aun así algunos de ellos preferían creer en la mentira. "Siempre hay un camino de vuelta" se repetían en sus cabezas, "no hay nada que temer."
Se adentraron en aquella ventisca de sangre y metal espectados hace mucho por la muerte, asomada desde los ventanales de los edificios que osaban mantenerse en pie. Fugazmente se movían por el polvo emergente del suelo, portadores de la gran carga que era para ellos esta misión. Sus corazones no podían negarlo: no vinieron aquí, al límite del mundo, por voluntad propia. No querían que el letal desconocido entrara a sus hogares por la puerta principal, y aun así lo hizo. ¿Qué podían hacer ellos sino observar desde una esquina? Era lo correcto, al fin y al cabo. Los sacrificios son inevitables.
El líder apresuraba al grupo. En la distancia se divisaba un escuadrón enemigo en la posición perfecta para una emboscada. Era una gran oportunidad y sabía que no la podía dejar pasar: la posibilidad de sentirse un héroe. Con gestos expresó las instrucciones a los otros tres y, acto seguido, cada uno tomó su camino.
Mientras el líder avanzaba por la calle contemplaba cómo los edificios recobraban su forma. Todo reconstruido, como un viaje atrás en el tiempo justo a la época anterior a la guerra, presentando plantas de diversos colores que ornamentaban las aceras, dulcemente cuidadas y admiradas por cada uno que pasaba a su lado. La gente sonreía, era como los viejos tiempos, y aun así se sentía como algo nuevo. Sin embargo, era incapaz de librarse de esa fría brisa que lo mantenía en su sitio. Algo andaba mal.
Alcanzó al grupo enemigo y, tras confirmar que cada uno de sus compañeros estaba preparado, velozmente abrieron fuego. Los enemigos apenas tuvieron tiempo para iniciar su inútil defensa, pero para su sorpresa, de entre los cadáveres salían corriendo por todas partes civiles malheridos. Los gritos de miedo y dolor tronaban los oídos de los confundidos soldados, especialmente los del líder, quien ni siquiera era capaz de mirar.
¿Dónde estaba su ansiado control, su prometido y convencido destino? ¿Qué había salido mal? Se negaba a creer ser responsable de lo ocurrido, sus ojos fijos en el polvo.
"Mírate." le repetía la muerte en burla, asomada por uno de los muros.
Era el precio a pagar, el martirio al que estaba condenado aquel que deseaba algo más que ser otro caído. El error pesaba mucho más aquí, en el campo de batalla, y sin embargo ese era el riesgo que uno debía asumir. Él lo entendía bien, de hecho, ya había tenido antes otros encuentros con la muerte. Esas conversaciones nocturnas que tanto control le otorgaban sobre su propia voluntad... todo lo contrario a la guerra.
La sangre esperaba impacientemente ser pisoteada de nuevo por los soldados, quienes se acercaban a su líder atravesando la matanza, condenados a ver en falsa penitencia las consecuencias del sueño ajeno. Las sombras de sus cuerpos eran imposibles de observar a causa de la gran tormenta que tapaba los cielos, pero aun así la de su líder demostró ser más umbría que la propia noche próxima.
El militar silenció a sus compañeros antes de que estos pudieran mencionar palabra. Con un suave movimiento, estos agarraron sus respectivos corazones y los sostuvieron frente a este. Estaban podridos, pero si uno investigaba de cerca todavía podía encontrar restos originales en ellos. Seccionó trozos de sendos corazones con un vidrio roto como tantas otras veces había hecho. Al tomarlos, se llevó con ellos también parte de sus decadentes sombras y guardó con cuidado las sangrientas porciones en uno de sus bolsillos, donde otros los aguardaban. Tras esto, la imagen de los soldados se volvió algo más translucida.
Sus acompañantes asintieron como gesto de agradecimiento mientras que el líder se limitó a mostrar una sonrisa forzada. Se le escapó una fugaz mirada al bolsillo donde los restos de corazones lloraban, condenado a escuchar constantemente su pesar, a atender esa carga que ninguno más debería soportar. En algún momento este acto tenía significado para él, pero el combatiente no estaba seguro de cuándo exactamente lo perdió.
"Atento, asesino." Le indicaba la muerte asomada tímida por el muro. "Ese niño todavía queda con vida."
El soldado dirigió una mirada furiosa a la muerte, pero esta ni se inmutó.
"¿Lo harías por mí?" preguntó el espectro tomando una voz familiar, aunque hace mucho olvidada por el militar.
Re bemol.
El líder se limitó a estudiar de rodillas al superviviente, quien lloraba agarrado a lo que debía ser el cadáver de su madre. A su alrededor brotaban flores que no tardaban en marchitar, condenadas por su frívolo creador a una triste existencia. La escena de la matanza se cubrió por completo por el marrón de la flora muerta, tal vez para los cielos evitar contemplar por más tiempo aquel acto macabro, o simplemente era el niño allí presente intentando tapar la pesadilla con un manto roto, imposible ya de arreglar.
Con lágrimas en los ojos el niño observó cinco siluetas en contraste con la cada vez más calmada tormenta y, asustado, agarró el collar de su madre y lo que parecía una manta sucia bajo sus pies. Se introdujo en las sombras de las ruinas, donde aquellos servidores de la muerte no podrían alcanzarlo.
Seguro que era un sueño, debía serlo. No podía haber ocurrido todo tan rápido... es como aquella vez: temía tanto algo que acabó convirtiéndose en realidad. Aquello también fue un sueño, ¿verdad?
En una esquina a su lado intentaba crecer un lirio blanco para acariciarlo, pero este no lograba alcanzarlo. Sin fuerzas, el lirio murió cayendo al suelo sin siquiera producir sonido. Su existencia pasó completamente desapercibida por el niño, quien empezaba a creer que tal vez hubiera una forma de dar marcha atrás. Como tantas otras veces, si cree en algo lo suficiente se hará realidad. Siempre ha funcionado. Solo debía pensar en sus padres y así los recuperaría, todavía estaba a tiempo...
Entonces observó el lirio marchito a su izquierda, cubierto de polvo como si llevara décadas allí, como si su destino desde un principio hubiera sido fallecer allí a su lado. Tal vez comprendió... tal vez la figura de sus padres no era lo único que se había quedado atrás.
No... no podía aceptarlo. No iba a aceptarlo.
En un arrebato de furia agarró con fuerza el collar de su madre y lo impactó contra los restos de una pared. Este se rompió y sus decenas de perlas cayeron al suelo con una dulce melodía. El niño agarró su corazón, que estaba empezando a pudrirse, pero justo antes de tirarlo contra el suelo este habló:
"¿Qué vas a hacer?" preguntaba el corazón confuso. "Este no eres tú."
El niño, mudo, intentaba aguantar las lágrimas que irremediablemente huían de su rostro. Estas se llevaban consigo la sangre que quedaba en sus mejillas. Tras un vacía mirada entre el corazón y su portador, continuó:
"¿Acaso se te ha olvidado ya la promesa? Me decepcionas."
Sentía que no podía arreglar las cosas. Todo ese ímpetu suyo característico era un personaje del pasado. Completamente abrumado, se dejó caer al suelo y comenzó a sollozar. Su corazón, que yacía a un lado, intentaba absorber parte de su sombra en aquel callejón derruido engullido por la creciente noche. Este esperó a que el niño terminara el llanto, pero no cesaba.
La noche entró sin clemencia, fría como la morada de la muerte. El chico, todavía en lamento, enrolló el manto y lo colocó sobre su cuerpo tembloroso. El macabro recuerdo del óbito le calaba los huesos, pero aun así podía sentir un reconfortante calor proveniente de aquel manto enrollado: le recordaba al calor del brazo de su madre. Todavía estaba allí con él, en la noche en la que más la necesitaba.
El gélido aire le entumecía las extremidades y el sonido de disparos, más distantes, le impedían calmarse. Había algo más que no encajaba, pero no quería aceptarlo. Su corazón, que todavía yacía allí a la intemperie, no podría soportarlo...aunque debía hacerlo si no quería morir a causa del frío.
En un último adiós el chico desenrolló la manta y la usó para taparse al completo. Ella ya no estaba con él, era todo una mentira y le faltaban fuerzas para seguir manteniéndola: el frío había ganado. El único calor que podría lograr allí, en la batalla, era el que él mismo se diera. Su corazón, no obstante, seguía congelándose a la intemperie.
Y la noche pasó.
La primera imagen que vieron sus ojos en la mañana fue la de su corazón, completamente congelado, durante sus últimos latidos. Para poder sobrevivir, su corazón tuvo que quedarse atrás. Los sacrificios son inevitables.
En movimiento automático extendió el brazo para acariciarlo y acercarlo. Aunque intentara que su corazón volviera en sí con el calor corporal, parecía imposible. Apretó los dientes y lo introdujo de nuevo en su pecho, inundándolo por completo una horrible angustia. A su alrededor los ladrillos rotos se retorcían como gusanos pretendiendo imitarlo poseídos por la curiosidad.
Un escuadrón cruzó al lado del callejón manteniendo una conversación. Uno de ellos llamó la atención al resto señalando al niño que yacía en el suelo, pero el resto lo dieron por muerto. Mientras continuaban su camino al frente, uno de ellos empezó a hablar de su pasado pues, según él, aquella triste imagen del niño había avivado recuerdos lejanos: recuerdos de muerte y duelo, de miedo y odio. ¿Cuándo comenzó la guerra? ¿Acaso tuvo un inicio? Desde luego, fue mucho antes de que él naciera pues ya sus abuelos hablaban de ella, así como sus respectivos abuelos a ellos. Sus palabras siempre imbuidas en un falso orgullo recobraban una vez más la vida en el mundo de los recuerdos. "Deberías estar orgulloso de poder estar aquí. Muchos no tienen tanta suerte. Ay si te hablara yo de la guerra..."
Si.
Hmm...
Uno de ellos portaba un collar de perlas rudimentario atado a su muñeca. Sus ojos, vivos como relámpagos, miraban a todas partes y ninguna a la vez, como perdido en su propia mente mientras sus piernas avanzan independientes. De repente, levantó su mirada con aire desafiante. Su determinación era palpable, la gran voluntad de querer cambiar las cosas, comprendiendo a su vez la dificultad de la tarea. Cualquiera lo habría tachado de demente y por ello ocultaba muchos secretos a sus compañeros. Entonces...
No, espera.
Esto no está bien.
Todo se volvió negro. En el centro de la nada absoluta, apareció él.
Te he traído aquí para que me des una explicación.
-Tu arrogancia ya tardaba en mostrarse.
¿Qué intentas?
-Después de tanto tiempo, tanta sangre, he descubierto el secreto, la forma de sellar este ciclo de dolor. -dijo el soldado. -Nuestra gente, educada a mirar abajo, son incapaces de alzar la mirada para contemplar lo que queda arriba.
¿Quién te crees que eres?
-El que va a cambiar las cosas, ¿y tú?
Yo soy el narrador, mi trabajo es crear y describir lo que creo.
-Entonces por eso todo a mi alrededor ha desaparecido...
Temporalmente.
-Marco hoy como el día en que la humanidad será su propio narrador. No necesitamos escoria como vosotros.
¿Tan ignorante eres? ¿No te das cuenta de que puedo cambiarlo todo a mi voluntad?
El hombre cayó de rodillas y lloró. Acto seguido, se llevó las manos a la cara para evitar contemplar el reflejo que se manifestaba frente a él. Una sonrisa se apoderó de su rostro y, entonces, volvió a llorar.
¿Comprendes ahora el verdadero peso de tu voluntad en esto?
-Te sorprendería mi voluntad...
Soy el sumo grado de voluntad. Tú eres controlado por mí, y yo no soy siervo de nadie.
Esto ya cansa.
- ¿Estás seg...?
El soldado comprendió las palabras del narrador sin rechistar.
Bueno, una última cosa...
- ¿Por qué mantienes esta conversación conmigo si puedes controlar incluso lo que hablo? -preguntaba el hombre con pena.
Me alegro de que lo preguntes.
Quizás dentro de este sueño, en el límite del mundo, necesitaba a alguien con quien hablar.
Uff... necesitaba quitarme eso de encima.
Suficiente. Aunque... hay algo más.
No... no hagas esa pregunta. No te lo preguntes.
- ¿Estás seguro de que nadie te controla? -preguntó el miedo.
Suficiente he dicho.
El grupo de soldados continuaba a través de los reinos en ruinas del hombre. Hacía mucho tiempo que el miedo surgió en sus corazones, convertido en confusión y después en odio. Todos luchaban por una causa en común, pero ninguno de ellos dudaría en apartar a los demás. Los sacrificios, al fin y al cabo, son inevitables para poder sobrevivir a la guerra. Cada día presenciaban alguna atrocidad, incluso las deseaban... desde la distancia, obviamente. Habían aprendido a alimentarse de ellas (no a vivir con ellas) por lo que cedían sus corazones rotos a otros hombres que intentaban llenar el vacío en sus pechos con ellos.
Finalmente, alcanzaron el frente.
Miedo.
Tomaron posiciones y comenzaron a disparar. Allí, centenares de distintos bandos cruzaban fuego. No importaba cuáles fueran las órdenes originales, hasta los propios generales las olvidaron. Todo lo que quedaba en aquel campo de batalla era el miedo: el miedo apretaba el gatillo, el miedo movía sus piernas, el miedo se respiraba en el aire... el miedo. Miedo.
Miedo...
Miedo.
MIEDO.
MIEDOTERRORFURIAIRAMIEDOMIEDOTERRORMIEDOIRAMIEDOCONFUSIONMIEDOIRAMIEDOSOLOMIEDOSOLOTERRORCICLOMIEDOFURIAMIEDOPARASIEMPREFURIAENFADODESaSOSIEGOFURIAmIEDOIRAESPERANZAAyUDATRISTEZAMIeDOTERRoRVolUNTADfRIOSOLOosCURiDadFriosOloFriOmiedocAstigomiedotristeZasolomiedosolovoluntadsolomiedofriotriste...
...
Ejem...
¿Por dónde iba? Ah... sí... lo tengo.
Necesitaban sentir la fuerza, el control sobre lo demás. Todos estaban asustados, muy pocos llegaban a comprenderlo, en aquella sádica batalla que se extendía al mundo entero, cubriendo hasta la esquina más abandonada por la imaginación. Y aún así, ninguno parecía recordar cuándo o por qué comenzó. Todo lo que uno comprendía cuando llevaba un tiempo entre las ruinas rodeado por cadáveres, amigos o enemigos, era que debía sobrevivir.
Abundaban las tormentas y los ríos inundaban las calles. Mantos de flora muerta yacían por el suelo, acompañando a los cadáveres de los monumentos que a su vez quisieron acompañar a los hombres, donde fuera que se hubieran ido.
El portador del collar de perlas indicó a sus compañeros, uno de los cuales se encargaba de un mortero, un edificio en el que había visto movimiento enemigo. Se tapó los oídos preparándose para el disparo. Entonces, la tierra se estremeció.
Varios soldados enemigos los flanquearon y dispararon. Se tiró al suelo e intentó escabullirse por un agujero en el muro. Alcanzaron su pierna, pero logró salir de allí. Mientras corría a tropezones podía oír los gritos de auxilio y dolor de sus compañeros por lo que decidió taparse los oídos una vez más. Alcanzó una cuesta hacia abajo inadvertida y, debido a que tenía las manos ocupadas, fue incapaz de frenar su descenso, un descenso que por fin llegaba a su final.
La bemol.
Varias costillas rotas impedían su movimiento. Allí, tirado en el suelo, se preguntaba cómo era posible que después de tanto tiempo nadie viniera a salvarlo. Era como aquella vez... hace tanto tiempo.
Sacó las fuerzas para erguir su cuerpo, aguantando el punzante dolor, hasta que contempló la devastación en el edificio que él mismo había ordenado destruir. Ahora frente a sus ojos, el soldado comprendió.
Avanzó arrastrando sus piernas por lo que quedaba de la puerta principal mientras la luz que conseguía atravesar los escombros iluminaba sus heridas. Todas estaban abiertas, incluso las que creía curadas hacía tiempo.
En su último aliento quería comprobar cuál era el precio que había pagado por la muerte de sus amigos. Los sacrificios son inevitables, pues pavimentan el largo camino a la paz. Alzó la mirada para comprobar la escena: los escombros del techo todavía caían a medida que la estructura lentamente cedía, corroída por las sombras. Al fondo un macabro intento de piano, completamente inutilizable y destruido por la explosión. Al lado de este, sin embargo, yacían dos cadáveres parcialmente tapados en escombros. Sus pieles estaban calcinadas, pero una inspección cercana confirmó que eran una madre y un niño. La recompensa por el sacrificio no fueron vidas enemigas, sino dos cadáveres que yacían abrazados bajo un manto de llamas.
La muerte asomaba por uno de los ventanales, contemplando al hombre roto. Su sombra se fusionaba con las de las ruinas, que lo observaban en juicio.
Dejó caer sus fuerzas, su voluntad, su ego, su forma, su esencia y todo lo que una vez perteneció firmemente a él, todo lo que era suyo y por lo que había luchado. Se sentó, posando sus dedos sobre las rotas teclas del piano, rotas como su semblante oculto en la oscuridad. En el fondo, acechantes gritos de venganza se acercaban rápidamente al edificio.
Buscando en los recuerdos, la encontró: esa melodía que durante tanto tiempo lo había acompañado. Necesitaba comprobar cuánto había perdido por el camino.
La bemol...
Sí... eso es...
La bemol... Do... No.
La bemol, Si bemol, Re bemol, Si, La bemol.
La bemol, Si bemol, Re bemol, Si, La bemol.
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