El baile de las llamas [RELATO BREVE]

PRÓLOGO

Hay cierta elegancia en el baile de las llamas.
Fue esa noche cuando Éseto se percató de haber heredado la manía de su padre. Una vez el resto ya estaban dormidos, se sentaba frente a la hoguera y la observaba. Él y la solitaria llama, por encima, el firmamento. Las estrellas disfrutaban juzgando desde las alturas, tan lejanas. Con cuánta facilidad sus ojos se perdían tras esas distancias.
No.
No se podía permitir distraerse aquella noche.
Echó otro vistazo a la chiquilla, oculta tras varias capas de mantas. Yacía acurrucada entre las raíces de un árbol, tal vez buscando el abrazo que seguramente necesitaba. Éseto no podía dárselo.
Volvió su mirada a las llamas, una vez más.
¿Realmente ganaba algo manteniendo esas preocupaciones en su cabeza, discretamente corroyéndola? Bueno, ¿dónde iba a guardarlas si no? En cierta forma, su miedo le hacía sentirse más cercano a ella. Al menos tenían eso en común.
La lenta llamarada se reflejaba en las pupilas del cansado viajero.
Hay cierta tristeza en el baile de las llamas.
“¿Cómo empezó todo esto? ¿Cuándo fue el momento exacto en el que todo comenzó a salir tan mal?”
Cuanto más pensaba en ello, más se alejaba de la respuesta que ansiaba.
Su figura no tardó en perderse en la noche una vez la hoguera se extinguió. Las errantes brasas todavía emitían calor; Éseto sentía su caricia en cada uno de sus dedos, mas el frío era difícil de ignorar. Uno extraño, aunque ya lo conocía. Sabía cómo actuar ante una situación así.
Sentenciando todos aquellos pensamientos con un suspiro, dejó caer su espalda sobre el prado. Allí, bañado en la moribunda luz, emprendió un viaje por los recuerdos.

CAPÍTULO 1

-Eh… ¿Sigues seguro de que este es el camino? -preguntó Barak.
-Que sí. A ver... -Bret sacó el mapa improvisado de su bolsillo. Tras darle un par de vueltas señaló con ímpetu una zona garabateada. -Mira aquí. ¡No! ¡Aquí! ¿Ves? Vamos bien.
Éseto se asomó entre el par.
-No sé cómo entiendes algo ahí.
-La imaginación es un buen arte, amigo mío. -contestó con decisión.
-Seguro.
Unos pasos llamaron su atención a su espalda. Se viró para encontrar a la chica al borde del sendero, manoseando un montón de piedras redondeadas. En algún momento un arroyo habría acompañado a este camino. Ahora, solo quedaba un susurro.
-Confiad en mí. -insistió Bret. -Sigamos.
El resto del grupo arreó sus caballos, algunos con más ganas que otros. La idea de continuar en aquella dirección no terminaba de calar, ¿pero qué más opciones tenían?
Éseto se acercó a su caballo.
-Vamos, Rea.
La chica, que jugueteaba con un par de piedras, le devolvió una fulminante mirada.
“Oh, por los Dioses. Esto otra vez no.”
Agarró a la niña por el brazo y, sobresaltada, empezó a gritar. Los brazos de Éseto soportaban con bastante facilidad los puñetazos y patadas que se le propiciaban, mas aquel día se había levantado especialmente irascible. Conteniendo sus emociones, tiró aún más fuerte de Rea y de un movimiento la alzó hasta el sillín.
El resto ya habían comenzado a moverse. Éseto arreó rápido su caballo, siendo la chica sobresaltada por su repentino trote. En meros segundos adquirieron una buena velocidad y los estragos por librarse de Éseto se convirtieron en agarres. La niña no era tonta. ¿Cómo iba a serlo, siendo su madre quien era?
Podían distinguirse las risotadas de los demás entre el trote de los cascos. Éseto apresuró el ritmo. No tardó en alcanzarlos.
-¿Qué pasa? ¿La chica te sigue dando problemas? -cuestionó Barak con cautela, pendiente de no morderse la lengua.
-Es una niña, y los niños no se enteran de nada.
-Son una maldición. -comentó Yerna con tono burlón.
-Vaya que si lo son. -respondió el otro.
-Una promesa es una promesa.
Yerna le dirigió una interesante mirada, una que Éseto no terminaba de descifrar por completo. ¿Qué querían decir aquellos ojos, que más pendientes estaban de él que del camino? ¿Tal vez un “te lo dije”? ¿Un mero “deberíamos haberla dejado con el cadáver de su madre”? Palabras que no osaba pronunciar, pero que comunicaba igualmente. Cobardía.
-No siempre estará dando problemas. Es cuestión de tiempo. -dijo Barak, interrumpiendo el silencio.
-Al menos ya ha recuperado un poco el color. -añadió Éseto, indiferente de que Rea pudiera escucharlo. -Y con ello también ha recuperado la mala ostia de su madre.
Una amistosa carcajada eclipsó el trote.
-Eh, hay que amenizar esto. Cuéntanos otra vez la de cuando Ann venció al comerratas ese.
Éseto abrió la boca para hablar, mas un repentino golpe en la cabeza lo silenció. Miró atrás para encontrarse con la chiquilla figura moviendo los brazos sin parar, nefastos intentos de agredirlo. No le había gustado que pronunciaran el nombre de su madre.
No habló más.
Tenía sus ojos…
El bosque acabó en seco, escupiéndolos en un eterno campo de perlados trigos y olivos solitarios. Las cuatro figuras dibujaban estelas a través de aquel mar pálido, levantando a su paso polen que ascendía a los cielos. Poco después regresaba a la tierra, perdiéndose entre los suyos.
El olor era tan puro.
“Espero que vivieras lo suficiente, Ann. Espero que dentro de lo malo, pudieras dedicarle una última sonrisa.”
Éseto intentó buscar a Rea a sus espaldas, mas se detuvo.
“¿Por qué querías que fuera yo? ¿Qué puede haber en esta niña que pueda interesarme lo más mínimo?”
Los caballos atravesaron al trote un riachuelo que cortaba la explanada como una larga cicatriz. Sintió el agua salpicando sus pies, el frescor, el olor a humedad.

CAPÍTULO 2

-Sí, tienen alas. Son como una rata con alas, o algo así. Tal vez un ratón.
-¿Qué clase de abominación es esa? -preguntó Yerna.
-¿Y qué diferencia hay entre una rata y un ratón? -cuestionó Barak, enfatizando su pregunta con la intención de que le respondieran antes que a su compañera.
Éseto se encogió de hombros.
-Se supone que a la gente le caen peor los primeros.
Bret observaba a Yerna en confusión. Se recostó sobre el tronco, que crujió débilmente, a la vez que cruzaba sus brazos.
-¿En serio no has visto nunca un lupak, Yerna?
-En serio.
-¿No hay allí en tu tierra o qué?
-Lo dices como si pudieras encontrarlos en cualquier parte.
Yerna acercó las manos al fuego, aprovechando la inclinación para fulminar con la mirada al quejoso Bret.
-Bah, me estáis tomando el pelo. Eh, Rea, seguro que tú has visto alguno.
La chica, que había preferido mantenerse alejada del grupo, no respondió.
-No creo que haya visto ninguno. -añadió Yerna entre risas.
-¡Oye, Rea!
Una vez más, los ignoró.
-¡Eh! Sé que me oyes. -insistió Éseto.
-¿Qué pasa?
-¡Pásame la bota!
-¿La qué?
-La cosa esa marrón. -balbuceó. -A tu derecha. No, izquierda, creo.
El alcohol dificultaba el movimiento de sus labios. Era una buena sensación, que recordaba a tiempos mejores. Tal vez no fuera exacto, pero aquel sabor lo llevaba de vuelta a los palacios de la Capital, a sus salones y decoraciones, y a toda esa burguesía que servía de relleno.
Rea buscó entre las piedras para encontrar una bolsa marrón, del tamaño de una cabeza, apoyada sobre una raíz seca. La tomó entre las dos manos y se acercó al grupo, ceño fruncido.
-Gracias, eh. -Éseto sonrió. La chica le devolvió una odiosa mirada y la sonrisa desapareció por completo.
Con una nueva seriedad, bebió y entregó la bota a Bret.
-Le das mucha importancia a la chica. Demasiada. -pronunció Yerna en su clásica voz de borracha, más aguda y con cierto acento de su pueblo natal. -Bret, egoísta de mierda. Pasa el vino.
A regañadientes, Bret dejó caer unas últimas gotas y relamió sus labios con ellas, antes de entregar la bota. No era vino de calidad, pero era vino; suficiente para ahogar los problemas de cada cual por un rato. Mantenía los ánimos firmes en un viaje como aquel. Con casi dos semanas a sus espaldas, la mitad ya era suficiente viaje que celebrar.
Rea volvió a alejarse, serpenteando entre los arbustos para dar a un pequeño canchal, prácticamente horizontal. Éseto no le quitó los ojos de encima, convencido de que tendría que perseguirla una vez más para evitar que escapara. Parecía taparse el rostro con una mano, protegiéndose los ojos de la luz del sol. Éseto gruñó en sus adentros; prefería estar así a quedarse con ellos.
“Al menos ya no intenta huir, aunque uno pensaría que tras varios viajes habría cambiado algo más.”
“Je, o tal vez haya salido más parecida a Ann de lo que pensaba al principio.”
Aunque aquello despertaba un profundo pesar en su corazón, no pudo evitar sentir cierto calor al recordar a su vieja amiga. ¿O era el vino? Esbozó una sincera sonrisa. Con cierta incomodidad, estudió al resto del grupo para asegurarse de que ninguno le prestaba atención.
“Ah, Ann…”
“Tiene tus mismos ojos.”
“¿Cuánto de ti hay en ella?”
Observó a la chica con curiosidad. Yacía sentada sobre una roca más grande que las demás, mirada perdida en el suelo.
“¿Cuánto podría encontrar de ti en ella?”
Rea giró la mirada al oír pasos a su izquierda. Éseto, con la bota en una mano y un cuenco en la otra, se aproximaba.
-Hola.
No respondió.
-Te traigo un poco de vino por si quieres. -continuó Éseto, algo incómodo. -Si no te gusta, aquí hay agua también. Con este calor viene bien beber.
La chica dudó por un momento. Sus ojos estudiaron a Éseto, después la bota, después a Éseto, de nuevo, y por último el cuenco con agua. Juntó las manos y jugueteó con sus dedos mientras pensaba una respuesta. La expresión de enfado volvió rápidamente cuando le dirigió la mirada.
-Vale.
Éseto sonrió.
-Aquí tienes. Toma un trago pequeño. Está algo amargo.
La chica agarró la bota con las dos manos. Intentó mirar a través del pitorro pero, sin importar el ángulo, no conseguía vislumbrar su interior. Alzó la bota como había visto a los demás hacer y un hilo de vino chocó contra su mejilla. Lo guió con desatino hasta que entró en su boca. Apretó los labios y sus ojos se abrieron como platos. El vino salió disparado entre sus dientes. Ante la humilde risa de Éseto, comenzó a frotarse la lengua con los dedos.
-Bueno, ¿qué tal?
-Fatal.
-Tampoco está tan mal.
-Sí lo está. -Rea le devolvió la bota. La expresión de asco se negaba a abandonar su rostro.
-Bebe agua para que se te quite el sabor.
Rea tomó varios sorbos del cuenco de agua y lo colocó sobre las rocas. Tras un pequeño suspiro, sus ojos se perdieron en el horizonte. Éseto, a su lado, hizo lo mismo. Contemplaban la vasta explanada que se abría frente a ellos a centenares de metros por debajo. El horizonte mantenía aquella planitud, roto en ciertas partes por picos de lejanas montañas como la que ahora mismo ascendían.
Éseto estaba acostumbrado a esas vistas, mas el brote de emociones que sentía al verlas siempre acababa emergiendo. El mundo se sentía enorme, prácticamente infinito. De cierta forma, esa sensación había logrado sobrevivir en algún rincón de su corazón.
-¿Sabes? No sé si te puede servir de consuelo, pero yo también perdí a mi madre.
La chica se sobresaltó.
-Y a mi padre también. No hace falta que entre en detalles. -continuó. -No digo que nos parezcamos, pero creo que me puedo hacer una idea de cómo te sientes ahora mismo.
Rea volvió la mirada al suelo.
El silbido de la brisa hacía demasiado evidente la incomodidad de aquel silencio. Éseto estudió un rato los alrededores, pensando en algo mejor que decir.
-Acabas aprendiendo a manejarte por tu cuenta. De pequeño me gustaba mucho escaquearme y venir a, bueno, sitios como este. ¿No te parece que el mundo se siente enorme desde aquí, tan lleno de posibilidades? Ah, es como si me convirtiera por un rato en alguien completamente nuevo. ¿A ti te pasa?
-No sé. -contestó en voz baja.
-Seguro que sabes a lo que me refiero. -se llevó la mano a la nuca, suspirando. -En su momento oí que se supone que son visiones de la persona en la que nos convertiremos. Yo todavía no soy esa persona y, si te soy sincero, no sé si en algún momento lo llegaré a ser. ¿A ti qué te hace sentir el paisaje?
La chica se encogió de hombros. -No sé.
-Venga, algo tienes que sentir.
-Hm…
-¿Sí?
-Es como un pájaro, creo.
-¿Como si fueras un pájaro?
-Sí.
-Supongo que tiene sentido. -reflexionó Éseto. -Sí, yo también siento algo parecido, como libertad.
-Libertad. -repitió la chica en voz baja.
-Es importante, pero a la vez muy engañosa. -bromeó.
-¿Eso es malo?
-No. Es natural que uno quiera ser libre.
-Entonces quiero irme de aquí.
Las palabras que Éseto mantenía en su boca fueron incapaces de salir. Sentía cómo descendían de vuelta por su garganta hasta alcanzar el recóndito agujero por el que surgieron.
Ambos compartieron una tensa mirada.
-Bueno, ya digo que sé cómo te sientes, si te sirve de consuelo.
-No sabes. -sentenció.
Gruñó. Podía sentir el alcohol arrastrándolo hacia la tierra, encadenando sus emociones a la misma piedra sobre la que estaba sentado. Todas esas palabras que más de uno le susurraban a escondidas, pendientes de que la chica no entendiera, se repetían ahora más que nunca en la cabeza. La única melodía que era capaz de distinguir en aquellos bosques era la chirriante armonía de sus propias dudas. Lo eclipsaban todo.
Desde el principio había creído que no era buena idea, pero ahora era el momento de asumir la responsabilidad.
“Ann… ¿qué coño ves en mí?”
Algo cedió en su interior.
-No sirvo para esto. -pronunció, fingiendo que Rea no estaba allí. Esta alzó la mirada, confundida. -Perdona, no sirvo para esto.
Volvió con el grupo, dejando atrás a una niña que tan solo tenía al calor del sol para reconfortarse. Con un pesado bufido, dejó caer su cuerpo cerca de la fogata. Yerna le ofreció la bota, pero se negó.
La chica no volvió a hablar en todo el día. Éseto pasó la tarde maldiciendo la idea de haber intentado acercarse a ella. Ann y Rea eran dos personas completamente distintas. No tenía por qué preocuparse más allá de lo necesario; una promesa, nada más. Lo único que importaba era mantenerla con vida hasta que pudiera valerse por sí misma.
“Mantenerme alejado me viene bien. ¿Quién se supone que soy yo para cuidar de nadie?”

CAPÍTULO 3

La adrenalina comenzaba a abandonar su cuerpo, dando paso al dolor y cansancio. Éseto maldijo. Se agachó frente a uno de los cadáveres y limpió el filo de su espada con sus ropas. Tras dejar un rastro carmesí en la tela, envainó su espada, marcando con un chirriante siseo el final del enfrentamiento.
-¿Estás bien?
Rea asintió con la cabeza. Sus ojos todavía temblaban aterrados. Era inevitable. Era solo una niña, después de todo.
-¿Estáis todos bien?
Yerna y Bret respondieron en seguida. Barak, que permanecía ocupado buscando objetos de valor entre los muertos, dejó que sus gruñidos respondieran por él.
Éseto se acercó a los dos, Rea todavía a su espalda.
-¿Bandidos, aquí?
-Yo ya no sé nada. -Bret jadeaba. Todavía no lograba controlar su respiración correctamente mientras luchaba. En algún momento le pasaría factura.
Barak regresó.
-¿Se supone que estos son los que sobrevivieron al Juicio? ¿Junto con nosotros? Y una mierda. -soltó una cansada carcajada. -Sí, una mierda es lo que fue ese rollo; hasta yo habría hecho un mejor trabajo “salvando a la humanidad”. -sus palabras adoptaron un tono burlón aun agresivo. -Hijos de puta va a haber siempre, por mucho que haga uno para quitárselos de encima.
Éseto se percató de la confusión en Rea. Siempre que mencionaban el Juicio el viento parecía llevarse sus palabras. Juntaba las manos y las colocaba sobre su tripa, mirada infinita, sin hacer un mero intento de mencionar palabra.
“Una chica posterior al Juicio... ¿Cómo debe ser nacer en un mundo en ruinas?”
“A saber cuánto entiende realmente sobre lo que hablamos. ¿Cuánto le llegó a enseñar Ann sobre el mundo de antes? Supongo que hay mucho en ella que he dado por sentado. Las cosas ahora son distintas.”
Pero aquella vez no se comportaba como en otras ocasiones. No apartaba la vista de uno de los muertos. Éseto la estudiaba extrañado, con la suficiente precaución para no cometer de nuevo el error de preocuparse.
Es una mera niña. Por lo que a él respecta, nada más.
-Es como mamá… -susurró a duras penas.
Una lágrima aterrizó sobre el césped.
Todo el grupo compartió la misma expresión. Cada uno de sus silencios señalaban a Éseto entre gritos. A regañadientes, se acercó a Rea.
“Ah... parece imposible distanciarse de esta niña. No la puedo dejar así.”
Se arrodilló frente a la chica, eclipsando la visión del cadáver. Ambos rostros permanecían a la misma altura, aunque sus dudas lo obligaban a evitar la mirada.
-Estos hombres han intentado matarnos. Nos hemos defendido. Siempre nos defendemos bien. Si no, no estaríamos aquí.
Pudo sentir el corazón de Rea tronar más fuerte con aquellas palabras. Acto seguido, estalló en un inconsolable llanto. Éseto podía sentir el malestar en el resto del grupo sin necesidad de girarse para comprobarlo. Yerna se alejó entre bufidos, espada en mano, preparándose en caso de que el sollozo llamara la atención de algún otro indeseable. Las palabras que más calaban eran las que no había necesidad de repetir, y ella conocía esa verdad.
Ahogada en vergüenza, la chica se secó las mejillas solo para ser invadidas de nuevo por lágrimas.
-¿Qué es lo que ocurre? -preguntó Éseto.
La entrecortada respiración le dificultaba poder responder. ¿Habría respondido algo aunque pudiera? Se había acostumbrado demasiado a su silencio.
-¿Tienes miedo?
Rea asintió.
-Eso está bien. Estamos todos igual.
Cada palabra que decía hundía a Rea aún más en el llanto. Éseto apretó los dientes en frustración. ¿Qué se supone que debía decirle de todas formas? ¿No es honesto decirle la verdad, hacerle sentir que no está sola?
“¿Prefieres una mentira?”
La chica enterró su rostro en las manos y dio media vuelta. Éseto se acercó instintivamente.
-No te de vergüenza llorar. Sácalo todo, no dejes que quede nada dentro.
Fue entonces cuando se dio cuenta de que había posado su mano sobre su hombro. La retiró con un fugaz movimiento, dudoso de si aquello le había molestado. Seguía llorando de igual manera, y Éseto apenas podía limitarse a mantenerse de cuclillas a su espalda.
-A veces hay gente mala que va a querer hacerte daño o que no se preocupa por los demás. Solo buscan beneficiarse. Es inevitable.
Tragó saliva.
-Ahí fuera hay existen monstruos, -continuó. -pero ninguno tiene miles de dientes o escamas; todos vestimos la misma piel. Son los actos lo que nos diferencian de ellos. -Sacó el pañuelo que guardaba en uno de los bolsillos y lo estudió por un momento. Estaba algo sucio, pero serviría. Imbuido en una extraña determinación, empujado por el rostro de Ann en su mente, se lo entregó a la chica. -Ellos han venido a hacer daño. Nosotros nos hemos defendido, y te hemos defendido a ti. Muchas veces es así de sencillo.
Éseto no creía en ni una sola palabra que escupía por su boca. La realidad para él era más absoluta: o no existían monstruos, o todos ellos lo eran. Un mundo de absolutos era mucho más fácil de sobrellevar a la larga. ¿Pero cómo explicarle algo así a una niña? Había demostrado en más de una ocasión que la comunicación con ella no era su fuerte. No se arriesgaría. La chica no tenía que compartir su forma de ver la vida, solo sobrevivir.
“Tal vez por eso todo se fue a pique. Todos se perdieron demasiado en reflexionar sobre formas de vivir una vida que ninguno poseía.”
“Tal vez esto sea lo correcto, después de todo.”
Aun así, Éseto seguía sin encontrar una respuesta clara a aquel dilema.
Un pequeño tirón lo despertó de sus pensamientos. Rea había tomado el pañuelo de sus manos. Los ojos de la chica permanecían iluminados por un leve fulgor, hinchados y humedecidos por el llorar.
Por un momento pudo sentir su dolor, colándose por sus pupilas y revolviendo todo su interior. Algo estaba horriblemente mal, algo que, tal vez, todavía estaba en proceso de solucionar. Bret y Barak juzgaban desde la distancia.
El rostro de Ann estaba más presente que nunca. Prácticamente podía oír su voz, en alguna parte.
Éseto retiró su guante derecho, revelando una impoluta mano que había mantenido protegida durante la batalla, y la posó con cuidado sobre el hombro de la chica.
-Al igual que nosotros hemos aprendido a defendernos, tú también tienes que aprender. Puede que lo dudes... eh, mírame. Puede que lo dudes, pero eres fuerte. Más fuerte que yo y que cualquiera de los que está aquí. Tan fuerte como tu madre, o más.
La niña asintió con torpeza, retirando un pañuelo empapado de su rostro.
“¿Entiende siquiera sobre lo que le hablo?”
-Tu madre sigue contigo en tu fuerza. No olvides eso. Siempre estará contigo.
-¿Ella está conmigo?
-Por siempre.


CAPÍTULO 4

-Pues pensaba que haría más frío, la verdad. Estaba más preocupado.
-Este clima no es normal aquí. -pronunció Bret con seriedad. -Puede ser obra del Juicio.
-Hoy hace buen día y ya. No veríais algo mínimamente positivo ni aunque os golpearan la cara con ello. -aseguró Yerna, dando un golpe con la jarra en la mesa.
-Bah.
Bret llevaba de mal humor desde la noche en que los caballos desaparecieron. Habían sido demasiado descuidados desde que llegaron a la región y en algún momento había que pagar el precio. A Éseto también le frustraba, como a todos, pero comprendía que quejarse no llevaría a ningún sitio. Ya encontrarían otros, y si no, se las apañarían igualmente. ¿No lo habían hecho hasta ahora?
Acompañó a Bret en su gruñido y apoyó la barbilla sobre el brazo, reposando la cabeza, dejándose cegar por la luz que atravesaba la ventana. Parecía mentira que allí, en pleno invierno en Costafría, la luz del sol todavía poseyera la suficiente fuerza para calentarlos. La taberna estaba en ruinas, mas seguramente las gruesas paredes, construidas con troncos de madera, también aportaban lo suyo.
-¿Todavía queda cerveza? -preguntó Yerna, que ya estaba cerca de terminarse su cuarta jarra.
-¿Más?
-Sóis unos débiles.
-Creo que aún queda, -respondió Barak desde el otro lado de la estancia, saliendo de la puerta del almacén y levantando una nube de polvo. -aunque no tiene muy buena pinta, si me preguntas.
-Bueno, un lavado de estómago tampoco me vendría mal, llegados a este punto.
A través del vidrio y los rastros de escarcha fundida, Éseto distinguía las siluetas de la región Este de Costafría. Empinados tejados se alzaban como pinos de un frondoso bosque, y a lo lejos el gran lago asomaba entre ellos.
¿Tendrían la suerte de toparse con algún lupak? Éseto rió para sí mismo, divertido de siquiera haber formulado esa pregunta en su cabeza. Los lupaks estaban domesticados, vivían junto a los humanos. Allí ya no quedaba nadie. Una ciudad fantasma, como tantas otras. Todavía recordaba el centenar de brillos, danzantes en las noches de Costafría antes de que el Juicio aconteciera. Cientos de lupaks, jugueteando entre ellos, sus finos plumajes reflejando la mismísima luz de Mare. Cerró los ojos para adentrarse más en aquel efímero mundo.
“Qué pena.”
Una pequeña sombra opacó la luz. Éseto abrió los ojos.
Un lupak.
-¡Eh, mirad! -exclamó Bret. -Os dije que veríamos alguno.
El animalillo debía tener unos diez centímetros de envergadura. Con las alas abiertas doblaría ese número. Se asemejaba a un pájaro, aunque estaba cubierto de plumas tan finas que era fácil caer en el error de creer que era pelaje.
Barak se aproximó al grupo con cuidado, tan maravillado como la niña.
“Cientos de luces en el cielo…”
-Rea, extiende la mano. -le indicó Éseto.
Al principio, la chica dudó. Éseto le dedicó una mirada de determinación y, como si se hubiera transmitido a ella por la mera mirada, posó las manos sobre la mesa, palmas abiertas hacia arriba. Éseto las tomó con cuidado, acercándolas al animal, incapaz de apartar los ojos de aquel lustroso ser. La sorpresa en Rea era evidente; no era para nada como Éseto los había descrito: tenía un pico redondeado con dos pequeños agujeros que utilizaba para respirar. Un par de ojos del negro más profundo se movían sin parar estudiando la taberna en ruinas, así como a los que residían en su interior. Aunque en su cabeza había menos, el resto del cuerpo permanecía cubierto de un plumaje níveo muy fino, que se acortaba progresivamente en las patas, acabando en unos pequeños pies similares a los de un ratón (aunque de mayor tamaño).
Cuando se quiso dar cuenta, el lupak había comenzado a caminar sobre los dedos de Rea. La chica soltó un gemido de sorpresa, sobresaltando al animal. Tras varios segundos de confusión, volvió a ascender por su mano, alcanzando la palma. Sus dedos temblaban de emoción.
-Dicen que los lupaks eligen a los que tienen un corazón puro. -Éseto disfrutaba de la sonrisa de Rea. Le resultaba suficiente razón para justificar la mentira. -Parece que le gustas.
Por lo que había oído, se trataba de animales muy sociales con los humanos. Incontables historias de amistades inseparables entre ellos se escribían en aquellas tierras. Solían ser la mascota común en muchos pueblos.
-En Costafría se decía que a cada humano le corresponde un lupak, pero no era él quien debía decidir, sino el propio animal. -dijo Bret, poseído por una humilde satisfacción. -Lupaks guardianes los llamábamos.
El animalillo rascaba la palma con sus patas, haciéndole cosquillas a la chica. Parecía querer evitarlo, mas se le escapó la risa mientras subía por el brazo. Estaba maravillada ante el brillo blanquecino de su pelo, que tomaba un tono frío con la luz del exterior.
Dio un salto y aterrizó en su hombro. Por un rato jugueteó con su pelo a la vez que giraba la cabeza, buscándolo. Volvió a reír.
Parece mentira.” pensó Éseto. “Este lupak no debe tener dueño… aunque algo me dice que ya lo ha escogido.”
¿Cómo iba a tenerlo si todos habían muerto?


CAPÍTULO 5

Éseto apartó las telas de la tienda y la luz lo cegó por completo. Maldijo, llevándose las manos a los ojos hasta que el fulgor fue manejable. Salió y estiró su cuerpo, permitiendo al aire puro de la naturaleza entrar en sus pulmones. Una cálida paz.
De las pocas cosas buenas que ha traído el Juicio.”
Estudió sus alrededores, ahora que la noche no se lo impedía. Habían montado el campamento en una explanada en el valle, pegados a una de las laderas de la sierra. Los lejanos picos deshilachaban las nubes, que fluían hacia el interior del valle en una danza hipnotizante. A la izquierda de la explanada se alzaban enormes rocas, desembocando en los picos que el día anterior se habían visto obligados a atravesar. A su derecha, tras una ligera elevación, se ocultaba una caída a la que prefería no acercarse. Todo quedaba cubierto por una fina capa de hierba que comenzaba a ceder ante la sequía veraniega. En el centro de la explanada yacía un gran lago glaciar. Varias figuras jugaban en su interior.
Bret y Yerna lo atravesaban a nado. Rea prefería la orilla, aunque más de la mitad de su cuerpo quedaba sumergido bajo el agua. Golpeaba la superficie y  Kata esquivaba las salpicaduras, ayudándose de diestros virajes por el aire para evitar que el agua alcanzara su plumaje. Entonces, Kata la imitaba y era el turno de Rea de evitar los salpicones.
-¡Éseto! -Bret hacía gestos con el brazo para llamar su atención. -¡Métete en el agua!
-Debe estar helada.
-No te creas.
-Efectivamente, no me lo creo. -no pudo contener la risa.
-No está fría. -añadió Rea a voces, ayudándose de las piedras del fondo para alzarse.
-Eso lo decidiré yo.
Se sentó, apoyando su espalda en una de las rocas que sobresalía del suelo. Aquellos efímeros momentos de tranquilidad eran los que más agradecía. Unos cuantos viajes habían recorrido ya sin excesivos problemas. Parecía un milagro; por fin la suerte se ponía un poco de su parte.
El rostro de Ann volvió a su mente. En cambio, intentó vislumbrar el de Rea mientras jugaba con el lupak. Una vez el miedo y la rabia la abandonaban, parecía alguien completamente distinta. ¿Era esto lo que ella veía allá en el horizonte? ¿La persona en la que se convertiría? No, todavía le quedaba mucho camino por delante, pero era fuerte. Visitar las ruinas de Costafría era una de las mejores decisiones que podrían haber tomado, aunque en su momento fueran ignorantes de ello.
“No creo que se haya dado cuenta... de lo fuerte que es. Seguro que en algún momento lo entenderá. Nacida en un mundo perdido, no se ha rendido todavía.”
“¿Cuáles son tus metas, Rea? ¿A qué aspiras? ¿Qué es lo que te empuja adelante? ¿Qué ves que yo no soy capaz siquiera de vislumbrar?”
Una vez más, las respuestas resbalaban entre sus dedos.
La chica reía junto a Kata, que llevaba un rato picoteándole el pelo. Se sumergió bajo la superficie y salió con un violento estruendo, esparciendo agua por todo su alrededor. Kata no fue capaz de esquivarlo. La chica tomó al lupak mojado y se lo llevó al pecho, abrazándolo.
“Es más fuerte de lo que ninguno seremos jamás.”
Rea dejó a Kata sobre una roca. Aunque quería seguir jugando, el lupak apenas podía seguirle el ritmo. No son conocidos por su resistencia.
Éseto frunció el ceño.
“Ese lupak... nunca había visto uno tan blanco.”
“¿Cuántos años tendrá a sus espaldas? ¿Por cuántos dueños habrá pasado?”


CAPÍTULO 6

Barak dejó caer el tablón de madera, que aterrizó sobre los escombros. El impacto levantó el polvo que descansaba sobre ellos.
-¿Vosotros encontráis algo?
-No.
-Ya ha pasado gente por aquí. Mierda. -Bret se sentó sobre una porción de pared, derruida. -No queda nada útil. Está todo vacío.
Éseto escuchaba la conversación aunque prefería no participar. Sus palabras solo aportarían más preocupación al asunto. Todos eran conscientes de que la comida empezaba a escasear; no era necesario hacer más énfasis en ello. Se arriesgaron a explorar las ruinas de los pueblos de la Sierra del Bardo y pagaron el precio. Todavía no era el fin, ni de lejos, pero las cosas empezaban a ponerse serias.
-¿A lo mejor tenemos que buscar otras formas de sobrevivir? -cuestionó Yerna. -Es inevitable. No podemos subsistir de lo que vamos encontrando por ahí, sobre todo si el resto del mundo hace lo mismo. -Éseto le daba la espalda. -Eh, ¿me estás escuchando?
-Sí, te escucho.
Rea surgió entre los escombros y se sentó junto a ellos. Kata descansaba sobre su hombro.
-Creo que tiene hambre.
-Sí… eso tampoco ayuda. -comentó Yerna.
-O a lo mejor se ha hecho daño. Lleva varios días sin volar.
El estómago de Éseto rugió.
-Estará cansado, como todos.
-Pues es un vago. Suficientes días lleva descansando ya.
-A ver, ven.
Éseto apartó el pelo de Rea para ver mejor al lupak. Esa postura; la reconoció al instante. Descansaba con las alas abiertas sobre su hombro, acurrucado en el cuello de la chica, abrazado por sus mechones. No planeaba moverse de allí. Éseto miró a Rea de reojo y un sin fin de dudas recorrieron su mente. Su estómago volvió a rugir. Al final, no dijo nada.
La estructura que todavía quedaba en pie crujió con una repentina ráfaga de viento, que levantó un ligero aun amargo hedor bajo los escombros. Sin prestarle demasiada importancia, entre todos reunieron los ánimos de seguir buscando. La esperanza mantenía sus movimientos, por ínfima que fuera.
Saldrían de esto. Siempre lo habían hecho; habían estado en peores.
Éseto vio a Rea detenerse sobre una de las plataformas de madera que daban al camino. Tenía al lupak contenido entre sus dedos. Parecía estar hablando con él. ¿Qué le estaría diciendo? ¿De qué hablarían? ¿De qué podría charlar alguien que no ha conocido el mundo?
“Debería hablar más con ella.” pensó Éseto, a la vez que retiraba una porción de madera carcomida. “Tal vez, después de todo, sea yo quien tenga algo que aprender.”
Sus manos sudaban.
“Todo este tiempo, pensando que debía ser al revés...”
La experiencia le decía que lo mejor era acallar sus pensamientos. Si no, la búsqueda podría hacérsele eterna. El sol de mediodía ya quemaba en sus espaldas. Limitándose a ocasionales vistazos para asegurarse de que Rea no se alejaba demasiado, prosiguió explorando las ruinas junto a los demás hasta asegurarse de que no había nada más de utilidad.
Cuando llegó la tarde, a mitad de camino, ocurrió lo que temía.
-¡Éseto!
Alzó la cabeza para encontrarse con la niña corriendo hacia él, obstaculizando el camino. El miedo plagaba sus ojos.
-Kata respira muy fuerte.
Éseto inspiró.
-Déjame ver.
-¿Crees que está resfriado? A lo mejor por eso estos días no ha podido volar.
Apenas necesitó acercarse para notar el exagerado movimiento del pecho de Kata. Se hinchaba y deshinchaba periódicamente, con fría lentitud. Seguía en la misma postura, alas abiertas y acurrucado en su cuello. Rea era ya incapaz de ignorar su jadeo.
-Chicos, esperad. -hizo un gesto, deteniendo al grupo.
-¿Qué pasa? -preguntó uno.
Acercó las manos al hombro de Rea.
-Cuidado. Cógelo con cuidado.
-Tendré todo el cuidado que pueda.
Rea lo aprobó con la mirada. Éseto tomó a Kata entre sus manos y lo acercó a su pecho, abrazándolo con su calor. Se sentó a la sombra de unos árboles cercanos, varios rayos de luz iluminándolos a ambos.
Éseto comprendió aquellos ojos, del negro más profundo. Habían perdido el brillo que poseían en Costafría. No hacía intentos de volver al hombro de Rea o de salir volando. Más aún, no hacía intentos de moverse en absoluto. Allí estaba, sobre sus manos, con las alas abiertas y respirando con torpeza. Cada vez más. Ahogado en silencio, comenzó a sentir el frágil latido de su corazón a través de la piel.
Empezó a temblar.
-Rea, no mires.
El horror invadió el rostro de la pequeña.
-Pero-
Le resultó imposible terminar esas palabras. Estiró el brazo para tomar a Kata de las manos de Éseto, mas su cuerpo giró en la otra dirección. Comenzó a gemir, llevándose las manos al pecho.
-No puedo. -dijo, y corrió hacia los matorrales, escondiéndose tras ellos.
Éseto mantenía la mirada en Kata. Sus temblores aminoraban a la vez que su respiración volvía a la normalidad. Tan pequeño. Tan débil.
Silencio.
Pudo sentir el momento exacto en el que Kata dejó de estar entre sus manos.
Se mordió el labio. Agradeció no haberse encariñado demasiado con el animal. Aun así, dejó que Rea lo hiciera. ¿Por qué? Ahora venía el dolor. ¿Acaso fue su egoísmo?
“No. Ella ha sido feliz. Ha... merecido la pena.”
Dejó escapar un profundo suspiro.
Era ya muy viejo.”
“Pero qué raro. Que yo sepa, los lupaks se vuelven ariscos con la edad. Tal vez, a pesar de lo que creía, veía algo en Rea después de todo.”
Dirigió un último vistazo al animalillo, inmóvil. Acarició su plumaje níveo.
“Quiso pasar sus últimos momentos con ella.”
Éseto no terminaba de entender los pensamientos que pasaban por su mente, acelerados por los latidos de su corazón. Sacó su pañuelo del bolsillo y arropó a Kata en él. Alzó la mirada. Podía ver a Rea tras los matorrales, congelada. Sabía lo que había pasado. El inconfundible silencio de todos lo delataba.
Se acercó. Ella lo miró. Éseto le devolvió la mirada. Ninguno de los dos habló.
Rea comenzó a llorar.
Era un llanto mudo, de los que quemaban el alma. Barak se asomó por un momento y concluyó que era mejor no intervenir, dejando atrás los acallados gemidos de un corazón roto.


CAPÍTULO 7

El estómago volvió a rugir.
Éseto se llevó las manos al abdomen. Había superado la molestia y el dolor de un estómago vacío, pero la falta de fuerzas y el mareo que venían con ello se le hacían insoportables. Cómo agradecía que hubieran encontrado algo de comida durante aquellas semanas. Si no, más de uno habría perdido ya la cordura.
La chica, frente al grupo, parecía en buena forma. Los días que no quedaba comida le entregaba la suya.
“Es una chica fuerte. Más que todos nosotros.”
“Mírala, liderando el camino. Y ni siquiera sabe a dónde va.”
Aun así, él conocía la realidad, y es que Rea iba delante para que nadie pudiera verla llorar.
Atravesaron senderos de rocas, superando riachuelos y troncos caídos por las tormentas pasadas. Enredaderas colgaban de las ramas que sobrepasaban sus cabezas, sirviendo de techo del camino por el que avanzar. Los pies permanecían cubiertos de tierra, encharcados por los ocasionales barrizales con los que se topaban. Periódicamente se veían obligados a parar para retirar el exceso; dificultaba demasiado su paso.
Bret y Yerna procuraban mantener las conversaciones vivas, pero la apatía del grupo era difícil de vencer. El andar se hacía pesado, cansados física y mentalmente. Todos los meses, todas las semanas, lo mismo: ser testigos de la tumba del mundo, explorarla, buscar recursos con los que sobrevivir y repetir hasta que llegara el día en que alguno cayera, si es que no se topaban con algún imprevisto que dificultara aún más las cosas. A partir de entonces no habría vuelta atrás.
¿Qué será de ellos en un año, a este ritmo? ¿Acaso quedaría alguno para contarlo?
Éseto había propuesto ir a las tierras fértiles del Sur. Allí encontrarían, con algo de suerte, plantas comestibles para cultivar. Se aferraba a esa mínima esperanza, aunque la vendía como un futuro asegurado. Por supuesto, nadie lo creía, pero la mayoría comprendía lo importante que era ceder ante alguna mentira en situaciones así.
Tal vez incluso encuentren algo por el camino.
Qué bonito era soñar, y qué doloroso.
Al mediodía comenzaron a seguir un riachuelo moribundo, atraídos por su murmullo entre las rocas, hasta llegar a un manantial. Paredes de roca rodeaban el profundo charco de agua, donde decenas de pequeños insectos revoloteaban. Las rocas servían de plataformas sólidas sobre las que parar y, protegiéndose del potente sol de aquellas horas, aprovecharon para descansar. Éseto sacó lo que quedaba de pan, retiró las zonas con moho y se lo entregó a Rea. No se movió.
-¿Rea?
-No tengo hambre.
Barak, cobijado bajo unos matorrales que surgían de la propia roca, se limitaba a maldecir lo seco que estaba su pan.
-Tienes que comer.
-No quiero comer.
Éseto, cabizbajo, observó el alimento con detenimiento.
-¿Es por el moho?
-¡No voy a comer!
-¡Pues no comas, cerda ingrata! -exclamó Yerna, exprimiendo el pan entre los dedos. -Deja de quejarte, joder. Éseto, dame el pan. O dáselo a otro, me da igual.
Silencio.
Rea salió corriendo a orillas del riachuelo. Éseto no podía sino mirar inmóvil, impactado.
-Te dije que te intentaras controlar. -le reprimió Bret.
Tras un bufido, Éseto fulminó a Yerna con la mirada; él también conocía el arte de comunicarse sin pronunciar palabra. Justo antes de perder a Rea de vista, corrió tras ella.
“No soy el adecuado para esta mierda.”
“¿Qué se supone siquiera que tengo que decirle?”
El rostro de Ann surgió una vez más.
“Todo este tiempo… ¿lo he estado haciendo por ella o por mí? ¿Estoy siendo egoísta?”
Éseto frunció el ceño.
“Oh, por los dioses.”
Lo mejor era no darle demasiadas vueltas.


CAPÍTULO 8

Camino.
Camino.
El camino se extendía hasta el horizonte. Parecía un mal chiste.
¿Cuánto podía faltar hasta que llegaran?
Procurando que nadie se diera cuenta, Éseto echaba furtivos vistazos a Rea. Poco después de que el lupak muriera, había comenzado a negarse a comer. Al menos ayer logró que bebiera, tras mucho insistir. Mantenía su pálido rostro fijo en el sendero frente a ella.
Éseto no se atrevía a predecir cuánto tiempo llevaban andando.
Cuando pararon a descansar, se percató de que Rea se acariciaba las plantas de los pies con algún que otro leve quejido. Logró vislumbrar el característico carmesí de la sangre entre las yemas de sus dedos, pero no mencionó nada al respecto.
No tenía ganas de hablar. Nadie las tenía. Desde la mañana ninguno había abierto la boca. Los chistes de Yerna, las confusas indicaciones de Bret, las historias de Éseto, las puyas de Barak, todo se había esfumado, dejado atrás en algún agujero y enterrado.
Éseto tampoco se alimentaba. Guardaba sus porciones para cuando Rea decidiera volver a comer, a pesar de lo que Barak le decía; él prefería que lo repartiera con los demás. Decía entenderle, pero Éseto sabía que no era el caso. O tal vez el problema era que le entendía demasiado bien.
Por una vez, una respuesta firme se presentaba ante él: “Soy egoísta.”
La claridad de aquella sentencia lo satisfacía. No había dudas, ni preguntas a medio responder. En cualquier momento se alzaría sobre una roca y gritaría al mundo lo egoísta que era y lo poco que le importaba. Brazos abiertos hacia los cielos, a pleno pulmón.
El tobillo de Rea cedió con una piedra. Cayó al suelo con un gemido y se golpeó la cabeza, aunque logró aguantar las lágrimas del susto. Éseto encontró fuerzas para detener el caminar automático de sus piernas.
-¿Estás bien?
-Sí. Estoy bien. -se quejó.
-Puedo llevarte encima de los hombros si quieres.
-¿Eh?
Encontró divertido que lo desconociera. Sujetó a Rea por los costados y la elevó hasta sus hombros. Se asustó, pero no tenía fuerzas para resistirse. Al principio, era imposible ignorar la incomodidad de la chica, mas con el paso de las horas parecía agradecer no tener que andar.
La imagen de los pies ensangrentados volvió frente a Éseto.
-Oye Rea, recuerda que te guardo la comida. Cuando quieras comer, avísame.
-No tengo hambre.
-¿Y cómo te vas a hacer fuerte si no comes?
-No quiero ser fuerte. -su voz estaba rota. -Eso es algo que tú quieres.
Éseto seguía a sus compañeros, cabizbajo. Qué fácil habría sido esto con un caballo. No había pasado día en el que no hubiera maldito la noche en la que se los robaron. El peso extra pasaba factura, pero no era nada con lo que no pudiera lidiar por el momento.
-¿No quieres ser fuerte?
-No. Mamá no ha sido fuerte. Kata tampoco. No quiero ser fuerte.
Éseto frunció el ceño.
-¿Qué dices? Tu madre era la persona más fuerte que he conocido.
-Está muerta.
Una fría brisa, repentina, le heló los huesos.


CAPÍTULO 9

Esperanza.
-Reconozco esa explanada, Barak. Son las llanuras de Rekia. Estamos cerca.
No quedaban fuerzas para celebrarlo.
-¿Cuántos días?
-Media semana como mucho.
-Me cuesta creerlo.
Éseto recolocó a Rea en sus hombros; uno le empezaba a doler.
-Dímelo a mí.
Bret se fijó en la chica. Apoyaba todo el peso de su cuerpo sobre la cabeza de Éseto. No tenía buena pinta.
-¿Cómo va?
-Está muy cansada. Las heridas de sus pies ya están mejor. A ver si llegamos de una vez y encontramos un sitio donde comer y descansar. Allí podremos recuperarnos todos.
-Está pálida. ¿Seguro que no le pasa nada?
Éseto, preocupado, prefirió no responder. El patrón de las preguntas sin respuesta volvía a presentarse ante él.
Reanudaron el camino. Ahora eran sus pies los que ardían, mas la única opción posible era seguir adelante. Pasos desacertados, una y otra vez, procurando esquivar las raíces que surgían de la tierra. Parecían una plaga, como si la propia naturaleza se alimentara del sendero con intención de desorientarlos.
En aquel torpe vaivén, el peso de Rea se balanceaba entre sus hombros. Éseto ajustaba sus movimientos acorde.
Qué desastre.
Exhaló un profundo suspiro que, por unos meros segundos, pareció aliviar su carga.
Al principio había luchado por encontrar de nuevo a Ann en Rea pero, rebuscando en su interior, encontró algo que ni siquiera su madre poseía. Ese miedo, esa determinación. Había empapado todo su ser con ella, y gracias a ella se mantenía en pie.
Aunque aquel fuego aparentaba haberse extinguido en Rea, sabía que no era cierto; de alguna forma todavía sentía su calor. Se lo devolvería. Ese era su egoísta objetivo.
Alzó la mirada, embriagándose con las vistas que asomaban entre los árboles, y por un momento todo dolor se desvaneció.
“Tal vez sí que estoy un paso más cerca... de convertirme en esa persona.”
Las llanuras de Rekia despertaban en él recuerdos que creía ya olvidados.
-¿Cómo te encuentras, Rea?
Se limitó a contestar con un mero sonido, espirando aire. Suficiente respuesta.
-Aguanta un poco más. Estamos a tres días. ¡Solo tres días! -Rea apenas se inmutaba ante los intentos de Éseto por animarla. -¡Tres días y lo tendremos todo solucionado! Vamos, demuestra esa fuerza tuya.
-No… soy... fuerte.
-Sí que lo eres. Y llegará el día en el que tú también te des cuenta.


CAPÍTULO 10

Éseto volvió en sí. Allí estaba otra vez, abrazado por la eterna noche.
“Mañana llegaremos. Un día, maldita sea.”
Solo quedaban ascuas en la hoguera e incluso estas estaban a punto de apagarse. Agradecía la buena temperatura que hacía aquella noche. Era lo suficientemente gélida como para hacerlo tiritar, pero una manta podría solucionarlo con facilidad.
Echó otro vistazo a Rea. Seguía durmiendo, acurrucada entre las raíces. Sonrió y cerró los ojos, dejando que la brisa nocturna lo guiara a través de la puerta onírica. Aun intentando no preocuparse, le resultó imposible dormir.
La luz del alba se fue con la misma prisa con la que apareció. La ventaja de no tener comida era lo escaso que se podían permitir hacer el campamento. En un abrir y cerrar de ojos, estaba recogido. Éseto despertó a Rea y la posó sobre sus hombros.
Comenzaba el último tramo del viaje. Ignorando el hambre y el cansancio, avanzaron.
“Parece mentira. Dentro de poco podré ver mi casa desde aquí. ¿Cuántos años hacía?”
A través de un sendero por la ladera del monte, con árboles a ambos lados, Éseto esquivaba las hojas que llevaba el viento, inconfundible señal del otoño próximo. Disfrutaba del otoño. Hacía muchos, demasiados años, pasaba las tardes enteras inmerso en sus lluvias. Aquel día, sin embargo, era soleado como pocos había visto. Ni un rastro de nubes. Era un buen día.
-Estamos cerca, Rea.
-Qué bien.
Había respondido rápido. Éseto, sorprendido, sacudió con cuidado sus hombros para divertirla. Parecía que ella también había recuperado algo el ánimo; un día como ese prendía el alma a cualquiera.
A cada paso que daba, su viaje se acortaba, su destino cada vez más cerca. Llegaban justos, pero llegaban. Era lo que tenía la vida para Éseto, ya conocía cómo funcionaba. Siempre se acaba llegando, destrozados, a rastras si hacía falta, hambrientos y polvorientos, pero se llegaba. Ya podía imaginarse la escena del gran castillo a la distancia cuando giraran la próxima curva. Estaría en ruinas, pero cualquier imagen le bastaría. Solo quería sentir que, de una u otra forma, estaba otra vez en-
Un golpe seco a sus espaldas.
Todos los músculos de su cuerpo se tensaron de inmediato. Rea yacía boca abajo sobre el barro. Se agachó con prisa y la tomó entre sus brazos. Tenía el rostro empapado.
Tosió.
-¿Necesitas descansar? -echó un vistazo al resto del grupo. -Podemos pararnos un rato si lo necesitas. Ya estamos cerca.
Rea no contestó. Se limitó a mover ligeramente la cabeza de lado a lado con el ceño fruncido. Éseto le pasó el brazo por la nuca y la recostó sobre la ladera para que respirara mejor.
-¿No queda comida?
-Claro que no. Todo lo que guardaste se acabó pudriendo. -respondió Yerna. Su cansancio delataba que no tenía ganas de discutir. -Podemos adelantarnos nosotros. Si encontramos algo, volveremos.
-Yo me puedo quedar aquí contigo. -dijo Barak.
Éseto dudó por un momento.
-Vale, vosotros seguid.
En otro momento se habría negado rotundamente a dejarlos marchar, pero debía confiar en ellos. Se habían abierto los unos a los otros, habían compartido penas y alegrías. Los conocía bien.
Partieron de inmediato.
-Regresarán. -aseguró.
Éseto le pidió a Barak que buscara una fuente cercana de agua potable, quien rápidamente se introdujo en el bosque en su búsqueda. Varios arroyos recorrían aquellas montañas; las recordaba como si fuera ayer. Su agua era cristalina si se tomaba de las zonas con el flujo más rápido.
Rea volvió a toser.
Éseto posó su mano sobre el pelo de la chica y lo acarició. Sus dedos temblaban.
-Ya estamos casi, Rea. Han ido a buscar comida para ti.
-No quiero…
Éseto se mordió el labio.
-Esta vez aunque no quieras, te voy a obligar.
-Eso es... muy egoísta.
-Lo sé.
Le gustaba escuchar su voz. Surgían en su mente decenas de ideas para mantenerla hablando.
-¿Te has fijado en las vistas? Son muy bonitas, eh.
-Tengo sueño. Me cuesta ver.
-Te las puedo describir si quieres. -Éseto se incorporó a su lado sin apartar la mano de su pelo. -Aquí vine muchas veces, hace años. Te lo conté ya, ¿recuerdas?
Rea respiraba.
-¿Sabías que en vez de piedras, ahí abajo salen unos cristales violetas muy bonitos? Te lo puedo enseñar algún día.
-Vale.
-En cuanto nos recuperemos y lleguemos a la Capital, te enseñaré dónde vivía yo. Seguro que te sorprende. -Éseto gesticulaba con la mano libre para dar énfasis a sus palabras.
Rea seguía escuchando. Su respiración cada vez era más ruidosa.
-Oye. -musitó.
Éseto volvió la mirada a la chica.
-¿Sí?
-¿Me... va a pasar... como a mamá y a Kata?
El corazón de Éseto se detuvo. Sus labios comenzaron a temblar, incapaces de pronunciar una sola palabra. En apenas un instante, todo su cuerpo se había entumecido.
-N-No. Solo hay que esper-
-No tuve valor... para verlos irse... -abrió lentamente los ojos. Brillaban. -Los dejé solos... no pude hacerlo…
Éseto estiró el cuello para comprobar si Bret y Yerna estaban de vuelta. ¿Cuánto tiempo iban a tardar? Podía sentir cómo se formaba un nudo en su garganta que lo ahogaba sin piedad. Una horrible soga.
-Tengo miedo.
Éseto cogió su mano y apretó. Frío.
-Tú... -unos ojos temblorosos observaban aterrados a Éseto. -¿Vas a dejarme sola ahora... como hice con ellos?
Brisa.
Una lágrima huyó por su mejilla.
-No. No me voy a ningún sitio.
-Gracias.
Rea cerró los ojos.
Una de las hojas que danzaba con la brisa aterrizó sobre la mano de Éseto, acariciándola. Por mucho que soplara el aire, se negaba a abandonarlos. Aquella hoja, del verde más puro. Otra lágrima escapó.
No cerraría los ojos.
No parpadearía siquiera.
No dejaría a Rea sola.
El rastro de las lágrimas brillaba con la cálida luz de la mañana.
Rea. Tan débil. Un vaivén en su pecho, ascendiendo y descendiendo. Una vez. Otra vez.
Otra vez.
Esperó a la cuarta, pero no llegó.


CAPÍTULO 11

Silencio.


CAPÍTULO 12

Un débil lamento, sin apenas fuerzas para ser pronunciado.


EPÍLOGO

Había algo más en el baile de las llamas, algo a lo que Éseto era incapaz de dar nombre.
Desde el momento en el que una hoguera se prendía, su cálida caricia era inconfundible. ¿Por qué? ¿Por qué unos seres tan orgullosos como las llamas malgastarían su calor en lo que las rodeaba? Si una intentara guardar su calor para sí misma, viviría eternamente, sumida en su elegancia y tristeza.
Fuego. Dañino mas reconfortante. En las noches más solitarias una hoguera siempre hacía compañía, entregando su calor. Aun así, su destino era inevitable: lo que una vez era una orgullosa llamarada sería reducida a meras ascuas, y estas, ahogadas en la oscuridad. ¿De verdad valía la pena?
Había formas de mantener esa llama viva, aunque Éseto nunca se había preocupado en hacerlo. Buscaba una hoguera ya encendida, permitiendo que se apagara. Sentir ese calor por unos instantes era todo lo que necesitaba.
La noche ahora era oscura y no quedaba ninguna llama que iluminara el sendero. Tanto caminó a ciegas por los umbríos bosques que aprendió a avanzar sin ver, a caerse ante el abismo y soportar el dolor cuando alcanzara el fondo.
En realidad, Éseto tan solo daba torpes pasos de ciego.
Un día abrió los ojos y distinguió una luz en la lejanía. Se acercó corriendo para encontrar una hoguera moribunda perdida en la noche, como él. La avivó con su propio calor. Alzó sus llamas al cielo y permaneció allí, orgullosa por un tiempo, transformando todos sus alrededores en luz y vida.
Esta vez, por mucho que Éseto luchara por mantenerla, su luz se acabó apagando como las demás.
Y sin embargo, en esta ocasión algo había sido distinto. Tangible. Real.
Éseto prendió su luz para recuperar la escena que le había mostrado la hoguera, confundido a la vez que curioso. Ante sus ojos, vida comenzó a surgir a cada paso que daba. Aparecían brillantes colores de la oscuridad para reunirse junto a él, atraídos por su calor. Éseto también podía sentir el calor que desprendían. Uno a uno, comenzaron a entender.
Él también se dio cuenta. Todo este tiempo, guardando su calor para sí mismo,  hoguera a hoguera, sin sentir nada. En realidad, lo único que había notado hasta entonces era el calor que residía en su interior. No fue hasta que avivó aquella solitaria hoguera con su propia luz que comenzó a comprender.
El calor era un bien preciado en un lugar así.
Todos, tan ocupados en su búsqueda del calor a través del bosque, de gélidos rincones y aromas. Ninguno se paraba a compartirlo.
Los árboles seguían sumidos en la negrura; apenas se distinguían las estrellas a través de sus copas. Aun así, en aquel pequeño rincón, las sombras eran incapaces de alcanzarlo. Las hogueras se alimentaban las unas a las otras, compartiendo su calor.
Allí, las llamas se alzaban más altas que nunca.

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