La Tinta [RELATO BREVE]
El zumbido lo despertó.
Seguía caminando. Por suerte, aquello no había parado. Sus piernas seguían automáticas el sendero de raíces y roca. Aprovechaba cada hueco entre la maleza para asomarse, sin parar de avanzar, en busca del origen que aquel indeseable ruido.
Entonces lo vio, y apretó la correa de su mochila con furia.
Un trío de niños chapoteaba en la orilla del riachuelo, sus figuras eclipsadas tras nubes de ramas que más los hacían parecer parte del bosque que meros intrusos. De sus gargantas provenía el zumbido. Horrible zumbido. Esas ignaras voces, carcomiendo los tímpanos del futuro héroe. Era su inocencia lo que despreciaba, incluso despertaba la pena en su interior.
"Déjalos. No saben lo que hacen." musitó para sí mismo. "Perdidos entre sombras yacen, y así vivirán, por siempre ocultos bajo el bosque. Nunca les bañará la luz del sol mientras marchan con orgullo sobre los Brillantes."
Esa imagen se presentó ante él, casi tangible. Extendió la mano hacia el horizonte: eternos campos de flores. Tantos colores danzaban al viento que cuánto más lejos buscaban sus ojos, más blanco le parecía el paisaje. Y era al final donde los pétalos se fundían con las nubes, y estas con el cielo azul.
"No. Ellos no saben lo que es eso."
El zumbido lo despertó de nuevo.
Los chicos habían quedado atrás y aún así sus voces, chillonas y agudas, lo perseguían. Pensaba en cómo en callarlas; tal vez tirar una piedra al río sería suficiente. Eso, sin embargo, implicaría pausar el camino. Significaría que unos meros chavales fueron más importantes que su meta. Inaceptable. Contempló el camino a recorrer y lo convirtió en su inspiración.
Por un tiempo fue testigo de cómo las raíces engullían el sendero de piedra, solo para ser vomitado mucho más adelante. Junto a él, rocas musgosas, que aún más adelante formaban paredes derruidas, que aún más adelante se elevaban en ruinas. Apenas ninguna construcción se mantenía en pie, ahogadas en el turquesa de hierba y líquenes.
El futuro héroe se detuvo frente a un muro derruido. El camino continuaba tras él, mas no encontraba forma de alcanzarlo. Pasó un tiempo dando vueltas por la humilde plaza, vacía, furioso por cada segundo perdido.
"Mi primer gran obstáculo." concluyó. "Oh, el primero de muchos por venir. ¿Es aquí donde verdaderamente comienzan mis hazañas?"
-¿Hazañas? ¿De qué hablas?
La voz lo sobresaltó. El otro hombre, más bajo y joven que él, se sentó en un enorme ladrillo cercano. Todos los utensilios que colgaban de su cinturón tintinearon con el movimiento de piernas. Posó la barbilla sobre su puño y dedicó una burlona mirada al futuro héroe.
-¿No eres muy mayor ya para hablar de esas cosas?
"¿Y cómo llamarías tú si no a este obstáculo en el camino?" preguntó mosqueado.
-¿Eso? Escombros. Ya sabes, rodéalos. Es decir, siempre puedes escalarlos si eso te llena, pero te recomendaría la primera opción... ¿no?
"¿Rodearlos?"
-¿Hm? -el hombre estudió confuso la escena. -Bueno, hay que meterse un poco en los matorrales, pero... poco más. El camino sigue por ahí delante, es bastante difícil de perder si ves a más de dos palmos.
Los ojos del futuro héroe brillaron con entusiasmo.
"¿El camino? ¿Acaso tú...? ¿Tú también lo ves?"
-¿A qué te refieres?
"Has llegado hasta aquí siguiéndolo, ¿verdad?"
-Bueno, sí. Eso es cierto. -agarró un saquito que colgaba de su cinturón. Tiró de la cuerda que lo mantenía cerrado, revelando un interior lleno de bayas. Tomó una, tragando sin masticar. -¿Quieres?
"¡Dioses! ¡Por fin!"
-¡Vaya! ¡Al fin un ávido disfrutador de bayas como yo!
"¡¿Tú también te diriges hacia los Prados Brillantes?!"
-Oh... sí, supongo. -tragó una nueva baya, esta vez con menos ánimo. -Supongo que allí es adonde me dirijo, sí.
"¿Podría saber tu nombre?"
-Mi nombre es ______. ¿Podría conocer el tuyo?
"No es fácil encontrar alguien dispuesto a recorrer este camino; tú lo debes saber tan bien como yo. No todos tienen la determinación necesaria."
-Eso he oído.
Algo no cuadraba.
"¿Hm?"
-¿Pasa algo?
"¿No eres acaso tú también portador de la ardiente determinación, como yo?"
-La verdad es que no lo sé. -esbozó una tímida sonrisa. -Vengo aquí a comprobarlo.
Aquellas palabras producían desprecio en el futuro héroe. No podía evitar mirarlo por encima del hombro y aun así sentía un profundo respeto hacia él. Resultaba difícil comprenderlo. Era la primera persona que encontraba en el camino, no fuera de él. Era la primera persona que realmente merecía su trato, pues era su igual.
Y aun así podía sentirlo. Oh, era imposible no notar aquel hedor, y cuando consiguió identificarlo quedó paralizado por el asco. ¿Acaso era esa misma ignorancia que tanto había visto en sus andares plagarlo todo? ¿Este hombre, de claras buenas intenciones, había sido tintado por la miasma?
-¡Venga! -el hombre lo esperaba al lado de una viga de madera, carcomida, preparado para rodear los escombros. -¿No pensarás quedarte esperando ahí todo el día? ¡Una carrera!
Un revoltijo de emociones lo empujó a salir despedido hacia los escombros. Cuando llegó el otro ya había desaparecido. Maldijo.
"Este no es lugar para comportarse así. ¿Es que no tiene respeto por los Brillantes?"
"Maldito sea."
Contempló el hueco entre la maleza del que había hablado el chico. Luego estudió los escombros. Volvió de nuevo al hueco. No le agradaba alejarse tanto del sendero de piedra, pero era lo más sensato. Los Brillantes no dependían solo de determinación, sino de muchos otros valores que el propio camino pondría a prueba.
"Efectivamente, aquí es donde comienzan mi hazañas."
La caminata fue larga, aún más durante las frías noches. Como si de rutina se tratara, sacaba de su mochila pieles de abrigo para dormir en el anochecer y recogerlas en el amanecer.
Hacía mucho ya que el sendero pavimentado había desaparecido, descendiendo por la ladera mediante escalones, grandes losas de piedra. Las gotas que caían del techo boscoso las mantenían húmedas y escurridizas; el determinado héroe comprendió este hecho demasiado tarde. El camino de tierra, una vez finalizados los escalones, examinó su paciencia.
Permanecía manchado su tobillo izquierdo en un morado que brotaba de la propia carne. Cada vez que introducía el pie en el barro resbalaba ligeramente, recordándole el dolor. El vaivén de la mochila jugaba con su equilibrio, empeorándolo. No era insoportable, pero lo ralentizaba. Maldijo ese peso muerto a sus espaldas.
Una vez alcanzado un pequeño claro pudo pararse a tratar el impacto. Sentía cada palpitación en el tobillo, como si hubiera cobrado vida propia y se burlara de él. Aquello era lo que verdaderamente le molestaba.
Resumió su camino.
Frente a él se abría el valle y aun así sus ojos permanecían firmes en el barro bajo sus pies. Todo aquello, las toscas siluetas de montañas y ríos, no eran nada comparado con los Brillantes, sus colores y aromas. Era de necios llegar a siquiera compararlo con algo así. Y era eso, conocer el contraste de ambas realidades como la palma de su mano, lo que lo ayudaba a avanzar. Estaba seguro de ello.
Día tras día los árboles fueron intercambiándose con la piedra. Paredes de estratos surgían de la montaña, mofándose del héroe. Susurraban que no podría hacerlo, ellas con sus decenas de labios. Él se limitaba a avanzar, pues esa era su respuesta. Recordó a los niños del río y a aquel hombre tan peculiar y sonrió. No por ellos, sino por sí mismo. De hecho, ¿Qué habría sido de él?
"El camino no muestra perdón, sin importar quién eres o de dónde vengas. Una vez entras en él, te conviertes en un caminante más." contemplaba con determinación las rocas por las que avanzar, asegurando el equilibrio y el dolor de su tobillo, que empezaba a aminorar. "Esa es la dura verdad. No es fácil, ni llega sin esfuerzo. Ellos... ellos no saben lo que es luchar."
Golpe.
Recuperó la postura y posó los dedos en su nariz. Sintió un pequeño rastro de sangre por sus labios, un mero corte. Lo limpió y miró arriba.
Una empinada pared de roca lo había frenado en seco. Suspiró y cerró los ojos por un momento. Cuando los abrió ya estaba preparado. Posó los dedos en una protuberancia. Después el pie derecho. Todo bien, la roca no cedía. Se impulsó, y fue entonces cuando un punzante dolor lo inmovilizó. Se soltó con torpeza de la roca, dejando caer la mochila en el suelo por su propio peso. Resoplando lo intentó de nuevo, preparado para enfrentarse de nuevo al tobillo. Esta vez la carga era menor. Contuvo las ganas de mirar de vuelta a la mochila, sus pieles, sus recursos; había aceptado que para continuar debía dejar algo atrás. Aquella era otra de las lecciones del camino, y se enfrentaría a ella con gusto.
La primera elevación se completó sin problemas. Durante la escalada de la segunda pared el reiterante dolor se sentía inescapable. A apenas un metro del final lo sintió, cómo todo su cuerpo comenzaba a temblar sin control. El cansancio de sus piernas se transformaba en ardor, el de sus brazos en un tirón agudo que empeoraba cuanto más los intentaba estirar. Todo fue entrando en calma hasta que solo los latidos de su corazón fueron audibles.
"No llego."
No había conclusión más aterradora, a una docena de metros sobre un camino de barro en una ladera, de por sí empinada. Sabía que no debía mirar abajo. Sus piernas dolían. Sus rodillas dolían. El pie izquierdo temblaba sin control.
"No llego."
Comenzó a contar sus respiraciones para calmarse. Irónicamente, aquello solo le recordaba la situación en la que se encontraba. Una jaula lo rodeaba, encadenado a esa pared. Lo último que haría sería soltarse. No le quedaban fuerzas para estirar las extremidades. Aunque lo hiciera no alcanzaría la cima.
"No llego."
"Por los Dioses no llego."
Sus ojos temblaban desesperados. Miró a su derecha, donde la tierra se elevaba junto a él, donde retorcidas raíces asomaban. Eso es. Podría agarrarse y subir con su ayuda, pero se reirían también, ¿verdad? Se lo comunicarían a los estratos a través de sus laberínticos cuerpos. Ya podía oírlos, riendo y riendo. ¿Acaso se había convertido él en el niño idiota y risueño del río, perdido en el bosque? ¿Acaso alguna vez lo había sido? Todo lo anterior al camino permanecía confuso, tapado por ruido. Solo importaban los Brillantes. Eso era él. Eso sería él.
Y así se alzó, lágrimas descendiendo por su mejilla, por el saliente. Tiró. Por un momento, le pareció que todo el dolor había desaparecido. En seguida surgió de nuevo. Volvió a tirar. Dejó caer su espalda sobre el terreno, ojos al cielo. Ya había dejado atrás las nubes de ramas que todo lo tapaban. Ya había dejado atrás el zumbido de los niños y los cobardes. Esto era lo que debía hacerse.
Canalizó su dolor en rabia y lo consumió en su interior. Se incorporó y, cojeando, avanzó por el camino.
Perdición. Frente a él, una nueva pared.
Había algo más en aquel horizonte blanco. Una silueta, levantando pétalos carmesíes a su paso, danzaba por los Prados en la distancia.
Abrió los ojos.
El héroe no osaba hacerse la pregunta.
"¿He dormido?"
Esta última noche no había sido tan mala como las otras. Decidió alejarse un poco del sendero, buscar un refugio donde sobrevivir a los gélidos vientos de la cima. Se maldijo una vez más, como tantas otras hizo durante la noche por abandonar su camino.
"Ha sido egoísta, imperdonable. Imperdonable."
Posó sus manos en su rostro, y fue entonces cuando el escozor llamó su atención. Las heridas no cicatrizaban, incluso después de tanto tiempo. Sus dedos seguían temblando, como si apenas hubieran terminado de subir esa última pared.
Risa a su espalda.
Giró asustado. No había nadie. ¿Serían acaso los estratos? ¿Lo habían encontrado después de todo? Tomó con miedo la rama seca que había usado como bastón los últimos días. Maldijo por última vez su lecho y corrió con torpeza hacia el camino. Sus pies tropezaron, aterrizando con las rodillas en la tierra. Sentía unas ganar horribles de gritar de alegría, dolor, rabia, incluso pena. Lo mejor sería guardarlo todo para el final; permitir a los Brillantes purificarlo por completo. Se irguió, pese al punzante dolor que plagaba su cuerpo, y tiró el bastón cuesta abajo.
"¡No más!" pronunció. "¡No más pienso subyugarme ante lo fácil, lo mundano! ¿Esto es lo que querías enseñarme, oh camino? No respondas. Siento ya la respuesta en mi corazón."
Y su corazón estaba lleno de tinieblas.
A la hora más alta del sol de ese mismo día alcanzó la última cima. Todos los horizontes, rotos en pedazos tras las mismas ramas, en exposición para que aquel el caminante sea su testigo. Mas el héroe no quería ser testigo del mundo. Tampoco quería abandonar el camino. En efecto, tenía muy claro qué no quería.
-¿Qué quieres, entonces? -preguntó el hombre con su misma sonrisa, oculta tras un rostro mucho más adulto y arrugado. -¿Cuál es tu meta?
"Atravesaré este puente, que se abre ante mí en esta última cima, para proseguir el camino. Pondré al mismo ojo ardiente como testigo de mi obra."
-Además de sangrar, tus pies arderán.
"Como debe ser."
-¿Sabes? Le estuve dando vueltas. -se llevó una baya a la boca. -La gente como tú y yo éramos raros, tenías razón. Incluso siento que a la vez éramos raros hasta para nosotros mismos.
"¿A qué te refieres?"
El hombre pasó varios segundos en silencio.
-Si te soy sincero, no lo sé. ¿Qué cosas digo? -soltó una cansada risotada. -Entonces, ¿de verdad lo vas a hacer?
"Así es."
-¿Por qué?
"¿Y tú?"
-¿Hm?
"¿Por qué tú paras aquí?"
El hombre se asomó por el puente. -Bueno... me di cuenta de que, efectivamente, no tengo la suficiente determinación para esto.
"No puede ser solo por eso."
-Es así de sencillo.
Ese hombre mentía. Sus palabras no tenían sentido.
"¿Entonces para qué viniste aquí en un primer lugar?"
-Te lo acabo de decir...
El héroe contemplaba el puente infinito, de apenas más de un metro de ancho, sin nada a ambos lados que evitara una caída, distorsionado por el aire caliente. Los cristales del suelo reflejaban la luz del sol con penetrante claridad. Cada filo se clavaba en su pupila, rasgando su interior, todo lo que creía seguro e inamovible. Tal vez eso era lo que más lo aterraba.
El viento, por un momento, dejó de soplar.
-Mi camino no yace aquí, tal vez el tuyo sí. Al fin y al cabo, tenemos conceptos muy distintos. - cerró la bolsita. -El camino por el que avance es mi camino, uno que valga la pena que yo, personalmente, lo recorra. Mío y solo mío, para mí, acorde a mi locura, al igual que este a la tuya. Así que ve, obtén tus prados mágicos. Baila bajo la suave luz del sol o lo que sea.
"Explícate."
No obtuvo respuesta. Cuando se giró para enfrentar su osadía, ya había desaparecido. Después de todo, sí que se trataba de un cobarde.
La luz cenital marcaba aún más las bolsas bajo sus ojos, hinchadas y sucias, dudoso de avanzar. No importaba en qué posara su mirada, nada parecía aliviar el dolor, esa carga de la que juraba haberse desprendido hacía tanto, al comienzo del ascenso.
Su pierna tembló. Tomó aire. Todos sus dolores acudieron a la llamada. Alzó el pie bueno y lo posó en los cristales.
La niebla lo cubría todo. De no ser por los vistosos patrones de las losas, el guardia habría perdido el camino hacía ya mucho tiempo. Tarareaba una de sus canciones favoritas, como siempre, paseando por el mismo sendero, como siempre. Su misión era recibir a los caminantes.
Escuchó el tintineo. La campana señaló a un lugar más allá de la niebla, donde desaparecían las losas del suelo, origen de un extraño sonido. Sonido vago, rítmico, acompañado de una costosa respiración.
La niebla vomitó una patética figura. Se arrastraba a gatas siguiendo las losas del camino, hasta que sintió la presencia del guardia y paró en seco. Se acercó cauteloso.
-¿Puedo hacer algo por ti, caminante?
No respondía.
Al rato, un rostro roto alzó la mirada. Los ojos, inyectados en sangre, se clavaron como lanzas en los del guardia. Sus mejillas, sus labios, su nariz, su frente, todo ello estaba desgarrado por heridas que se negaban a cicatrizar hasta alcanzar su destino. Sus pies, uno de ellos negro, dejaban un rastro de sangre sobre las losas, perdiéndose en la niebla. El guardia volvió la mirada al caminante. Sus manos permanecían llenas de cristales, comenzando un estremecimiento que se extendía por el cuerpo. La carne asomaba por las heridas, palpitante, abierta al aire y sus dolores.
Agarró los brazos del guardia con violencia, atrayéndolo hacia él; los cristales de las manos se clavaban en su piel. Procuró mantener la calma.
Un rostro eclipsado en pelos y sangre gritó con chirriante dolor.
"¡He cometido un asesinato! ¡Asesinato! ¡Asesinato!"
-¡Cálmese!
"¡He matado a alguien!"
-Primero de todo, relájese. -apartó con cuidado las manos de sus brazos.
Los ojos del caminante permanecían perdidos en su rostro.
"Soy un asesino... He matado a alguien."
-¿A quién?
No pudo responder a la pregunta.
-¿Me oye? ¿A-quién-se-supone-que-ha-matado-usted?
"Yo... Yo no... lo sé..."
-¿Es esto una broma?
La apatía tomó control por un momento de la figura, que no tardó en estremecerse y revolverse una vez más.
"¡Ayuda! ¡He matado a alguien!"
-¡Oh, por los Dioses! Otro igual. ¿Es que ninguno sabéis apreciar lo que tenéis? ¿No habéis aprendido nada del camino? -gruñó para sí mismo. -Anda, tira.
Pateó a la figura en el costado, indicándole que siguiera las losas. Allí quedó por un tiempo, contemplando la nada. Como si aquella interacción no hubiera ocurrido nunca, avanzó, solamente acompañado por sus temblorosos susurros. El ruido tapó el rostro del guardia, su silueta y voz, y cuando se quiso dar cuenta ya había desaparecido.
Todo se ahogaba en el ruido, el tintineo distorsionado de una lejana campana.
Sus brazos habían cedido tantas veces que sus codos se escondían tras capas de callos. Cayó sobre ellos una vez más, provocando que algo crujiera en su interior. Tiró de sus pelos con la poca fuerza que poseía y dejó, por unos segundos, que se cuerpo se precipitara al frío. En la niebla se perdió su lento gimoteo.
Ah, parecía una eternidad. Se arrastraba con torpeza, cegado, portador de la herida más profunda de todas. Las heridas sangrantes, sin embargo, hacía mucho que habían dejado de doler. Luces de antorchas, intermitentes, cientos, miles, a través del tiempo. ¿Cuánto pasó así, deambulando por la nada? ¿Qué hacía ahí siquiera? Un mero caminante, más asemejado a gusano que humano, tornándose ceniza. Aun manteniendo su trastornada vista en el camino, nunca antes se había sentido tan perdido. ¿Quién era él? ¿Acaso ese rastro de sangre sempiterno? ¿El fuego fatuo de las antorchas? ¿La niebla en sí misma, todo? ¿Y si era un niño, perdido en el bosque? ¿Tal vez un necio? ¿Un héroe, acaso? ¿Los estratos y sus raíces, o incluso las risas y burlas? ¿La carne que brotaba de los cristales? ¿Qué era él?
¿El odio del mundo?
¿El amor?
¿Qué significaba eso siquiera? ¿Qué valor podían tener cosas así en el prado eterno?
El prado.
"El prado..."
Su cuerpo volvió a ceder tras tanto tiempo arrastrándose. Se apoyó sobre los callos, manos retraídas hacia el pecho, obligadas por los cristales. Usó las pocas fuerzas que le quedaban para erguir la cabeza, temblorosa.
Lo vio.
Un etéreo pétalo dorado, más dorado aún que la luz que lo empapaba todo. Voló con gracia frente a su rostro, posándose en una mano de carne descubierta, retorcida. Por primera vez en una eternidad, el cadáver del héroe respiró de nuevo. Sus piernas se alzaron por sí solas, sus músculos apenas limitados por una lejana molestia.
Y corrió. Corrió más que nunca.
El prado se extendía en todas direcciones, mezclándose sus colores en la distancia. El blanco se fusionaba con las nubes, y las nubes con el cielo azul. Los aromas eran puros, lo más puro que el héroe hubiera conocido nunca. Su hazaña estaba satisfecha. Su deseo, cumplido. El más puro esfuerzo tuvo su recompensa.
El viento generaba colinas y ondulaciones con las flores, danzando alrededor del héroe, otorgándole la más cálida bienvenida. Una celebración. Las flores eran doradas, lilas, turquesas. Miró a su izquierda: azules, moradas, incluso rojas. Contempló su derecha: anaranjadas, blancas y violetas. Miró a sus pies: sangre.
Desorientado, observó a su espalda: sangre. Su punzante corazón se paró por un momento.
Todo el camino que había recorrido, todas las flores, hasta el último pétalo, tintado en un oscuro carmesí. El viento las arrancaba de la tierra y las pudría frente a sus ojos, espectáculo en la lejanía.
Un grupo de niños y niñas lo observaban.
-¿Has visto eso? -decían unos.
-¡Quiero ser como él! -respondían otros.
Sus piernas cedieron y el héroe cayó al suelo, arrodillado. Una presencia a su derecha lo aterró; horrible vergüenza pudriéndolo por dentro. Humillación. Un niño se acercó, brillo en sus ojos.
-¡Quiero ser como tú cuando sea mayor! ¡Quiero caminar por los Prados Brillantes!
El héroe no podía apartar la mirada. Llevó las manos al rostro, apretándolo con todas sus fuerzas, desfigurando su expresión, gritando en su interior lo que desearía haber gritado durante todo el camino. Esa frustración, ese dolor, se negaba a irse. ¿Acaso no era tan fácil? ¿Acaso no era esta la recompensa al sufrimiento? Al igual que lo que lo rodeaba, podía sentir cómo su cuerpo se pudría desde dentro. Llenó sus pulmones con la miasma.
"Ya puedo sentirlos, los gusanos, cómo se alimentan de mi cuerpo, cómo excrementan en él sus nefastas heces. Y cómo cada vez que hablo en mi mente, surgen moscas con mi aliento. Y cómo con cada paso la tinta carmesí, mezclada en lágrimas y mierda, lo tiñe todo. ¿Lo comprenderían, acaso? Camina una figura por los Prados Brillantes. ¿Pero soy yo?"
El cielo permanecía quebrado tras las ramas. El rojo se extendía.
-Quiero ser como tú... -repitió una lejana voz, demasiado familiar, perdida en el ruido.
"Quiero volver a casa..."
Silencio.
Gritó, desgarró el aire hasta que su garganta fue incapaz de generar mayor dolor. El aberrante chillido lo retumbó todo, una desafinada trompeta que cayó al silencio, ahogada en el ruido. Contempló su alrededor. Todo había quedado tintado. Todo.
Colapsó.
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